El día que le pedí un cargador de celular a un indigente en New York

Eran pasadas la 1 a. m. y ahí estaba en la parada del tren de Summit, New Jersey con el teléfono descargado y sin la dirección de mi casa en New Jersey a mano.

Resulta que luego de cenar con un amigo en un restaurante en pleno New York, hablar por unas cuatro horas y caminar por las calles neoyorkinas —sí todo transcurrió como en las películas —, tomé el tren en Pen Station hacia New Providence, New Jersey.

La distancia que hay entre New York y New Jersey en tren es de una hora más o menos . Cuando uno viaja, el teléfono se vuelve su mejor amigo pues tiene la capacidad de indicar qué tren y qué línea necesita para llegar al destino final, y por ello se hace necesario llevar una batería extra, no obstante ese día la olvidé por salir corriendo y no llegar tarde. ¡Error!

Ya faltaba poco para llegar a Summit, la parada donde debía bajarme y llamé al Uber. Para mi suerte mi Huawei P7 hace más de dos años no dio más y faltando 4 minutos para que llegara se apagó.

¿Qué hace uno a esas horas de la madrugada sin teléfono, sin la dirección de la casa y sin taxis cerca? Buscar ayuda hasta con la persona que uno cree que no le puede ayudar. ¡Puede sorprenderlo!

Mi preocupación era tal que hasta a un hombre en condición de calle le pregunté si tenía un cargador que me prestara. Evidentemente no lo tenía, pero fue mi ángel en esa fría madrugada de -2 grados.

Luego de preguntarle a varias personas sin éxito —él seguía ahí conmigo ayudándome—, llegó un Uber con cinco mexicanos. Por el acento pude notar que el chofer era peruano y me invitó a subir. Por supuesto que dije que no. Sinceramente le expresé: Necesito ir a mi casa, pero así no… De inmediato uno de ellos se bajó, les dijo que se fueran y me pidió un Uber. El trato era que yo le pagaría los $20 de contado. Llegó el Uber y mi emoción fue tanta que solo me despedí. No sé cómo hice, pero llegué a la casa de mi amiga Xinia pasadas las 3 a.m.

El siguiente día fui a cumplir con el trato. Le dejé al mexicano su dinero en el restaurante donde trabajaba y que quedaba frente a la estación de tren. Al final no sé si recibió el dinero, pero lo que sí sé fue que se convirtió en mi segundo ángel… El primero fue aquel hombre que vive en la calle… Hoy no recuerdo su rostro, pero sí su acción por ayudarme.

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